DEMOCRACIA: UNA MUERTE ANUNCIADA
1ª PARTE

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Actualmente, para que una nacion sea reconocida como civilizada, precisa, necesariamente, incluir a la palabra “democracia ” en la denominacion de su regimen de gobierno o aun en el propio nombre del pais.

Es por este motivo que la primera medida tomada por Laurent Kabila, el obstinado guerrillero que recientemente se posesiono del gobierno del ex Zaire, fue cambiar el nombre del pais por el de Republica “Democratica” del Congo. De esta manera, una nacion mas se junta a la lista tras otras ya convertidas, como Argelia, Corea del Norte, Laos, Somalia, Sri Lanka…

Que esos paises, ni por lejos, respeten el principio basico de la libertad, no marca diferencia ni para sus gobernantes ni para la comunidad internacional. Al ser rotulados como democraticos, llegan al primer escalon indispensable para alcanzar el patamar de naciones confiables, pudiendo ejercer a partir de ahi algunas prerrogativas exclusivas: comercio en condiciones mas favorables, asistencia economica y militar, bendiciones elogiosas de los Estados Unidos – alzado como guardian de la democracia – y su corte europea.

Esa situacion grotesca pone en evidencia, con suficiente nitidez, el verdadero pilar sobre el cual se asienta el regimen democratico en todo el planeta: la hipocresia.

La democracia esta fundamentada en la hipocresia. Todo lo que se relaciona con este regimen politico, en ultima instancia, desemboca en algun argumento hipocrita.

Es nada mas que hipocresia cuando se dice que el pueblo es sabio. No lo es. La mayor parte – por lo tanto el sector que elige a los dirigentes –, se comporta como un indolente rebano bovino, llevado de aqui para alla por los capataces politicos a traves de promesas que nunca se cumpliran.

Solo es hipocresia lo que reside en las expresiones comunes a la practica democraticas: “regateo politico”, “base parlamentaria de apoyo”, “compatibilizacion de intereses”… Todas eufemismos para la corrupcion pura y simple.

No deja de ser hipocresia cuando se dice que el poder es ejercido en nombre del pueblo. Los congresos y los parlamentos electos con esa funcion en los paises democraticos son tumores nacionales, los cuales, insuficientemente tratados en cada eleccion, vuelven a crecer, para diseminar con empeno redoblado la metastasis de la corrupcion. ¿Como puede creerse en la sobrevida prolongada de un organismo asi debilitado?

De hecho, el unico aliento que se extrae de todo este cuadro deprimente es el de saber que la democracia se va a extinguir indefectiblemente. No se trata de una afirmacion liviana y tampoco de una profecia sin fundamento, sino tan solo de la prevision de un proceso inevitable, natural y automatico de depuracion.

Todo lo que esta errado, nocivo o inutil no se puede mantener indefinidamente. Aquello que no se adapta a ciertas leyes basicas, o leyes naturales, no puede perdurar, asi se trate de la naturaleza como tal, del propio ser humano que forma parte de ella y de todo lo que el ha insertado en el mundo, sean modos de vida, doctrinas economicas, sistemas religiosos y filosoficos, o regimenes politicos.

El mismo proceso o ley que actuando automaticamente borro del planeta en determinado momento al sistema comunista, por estar errado y ser insano, que hizo caer por tierra (y continua haciendolo) a todos los regimenes politicos basados en la fuerza y en la opresion, este mismo proceso desintegrara tambien al corrupto sistema democratico, cuando le llegue su momento. Mejor dicho, limpiara la Tierra de ese sistema.

La clase politica remanente tendra necesariamente que redireccionar sus objetivos y procedimientos, ajustandolos a principios muy diferentes de los actuales, pues en caso contrario no sera remanente.

El regimen politico del futuro se aproximara mas a los ejercidos por determinados pueblos antiguos, no por casualidad relegados a la curiosidad historica o completamente olvidados por el Homo politicus moderno, esa extrana criatura, que en su decadencia mal presentida se intitula autosuficiente, empero en sus actos se muestra solo como autoeludida.

Roberto C. P. Junior