El Mensaje de “El Niño”

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Vamos a tratar de visualizar lo que está sucediendo. El fenómeno es descrito, básicamente, como un calentamiento anormal de un sector de agua en el Océano Pacífico, suficiente para desencadenar graves disturbios climáticos en todo el planeta.

“Sector”, mirando bien, no es el término más apropiado, pues lo que las fotos de satélite mostraron, fue una inmensa herida roja de diez mil kilómetros de extensión, por dos mil de ancho, con una profundidad promedio, estimada en 300 metros. El área rubra en el océano es superior, a dos veces el territorio de los Estados Unidos. De esta vez “El Niño”, mostró al mundo que ya es adulto. Es el más grande de todos los tiempos.

Algunos países ya comenzaron a experimentar sus efectos en los últimos meses, y se puede prever lo que todavía nos aguarda, recordando algunos hechos sucedidos en los años de 1982 y 1983, período de “El Niño”, más intenso registrado hasta entonces.

Por aquella ocasión secas implacables castigaron el centro de África, el sudeste asiático y el noroeste brasileño; solo en Australia, el estiaje más prolongado desde la época de la colonización, provocó 340 muertes; en Tanzania el hambre llegó a matar un promedio de 150 niños por día. Lluvias torrenciales cayeron durante meses en América del Sur y al sudoeste de América del Norte; en Perú las precipitaciones fueron 340 veces superiores a las normales, haciendo con que el cauce de algunos ríos aumentara en más de mil veces; cerca de 900 personas murieron en el continente americano, como consecuencia de las inundaciones y miles perdieron sus viviendas. La suma de los perjuicios en todo el mundo alcanzó la cifra de los ocho billones de dólares. Fue una tragedia planetaria sin precedentes. Hasta ahora.

El hecho de “El Niño” ser un fenómeno natural no significa que sea normal. Debe ser visto, antes de más nada, como una gravísima exhortación de la naturaleza, que está dirigida de modo muy claro, a la especie dominante del planeta. Las catástrofes que desencadena, lejos de ser meros caprichos climáticos, se constituyen en un desquite automático a la acción humana, desagregadora del medio ambiente. Es, de esta forma, exactamente a la inversa de lo que pregonan los apaciguadores de turno, siempre echando mano de su bien abastecido stock de paños calientes, bajo la forma de argumentaciones científicas preteñidamente incontestables.

En un artículo llamado “La Demonización de El Niño”, el Dr. Carlos A. Nobre, meteorologista del Instituto de Tecnología de Massachusetts, afirmó textualmente: “Lo mejor es aprender a convivir pacíficamente con él. Más aún, cuando la ciencia permite una razonable predicción del fenómeno y de sus efectos. Es lo que se espera de una sociedad que usa con inteligencia el conocimiento científico disponible y que sabe observar la naturaleza y convivir con ella.”

Son posiciones como ésta, falsamente tranquilizadoras, que contribuyen a mantener a la humanidad durmiendo, en lo acogedor de su proverbial indolencia .Y que también ayudan a nutrir y a conservar esa debilidad colectiva, induciéndolos a aceptar apáticamente (y ávidamente), cualquier lenitivo científico que las libre de pensar por si mismas. Algunas pocas y melódicas cantinelas intelectivas ya bastan para sumergirlas en un sueño de chumbo, impidiéndolas de despertar, pese al estruendo de un mundo que se derrumba a su alrededor.

Sin embargo, cantinelas no son capaces de impedir catástrofes. La milenaria paciencia de la madre naturaleza en relación a su niño-problema, el Homo sapiens, ha expirado. Madre amorosa fue siempre, acumulando a la elevada especie espiritual de todo cuanto le era necesario, para disfrutar de una existencia saludable y plena de reconocimientos aquí en la Tierra. Pero, ¿qué fue lo que recibió como retribución a sus dedicados cuidados? Destrucción de florestas, matanza de animales, contaminación del aire y de las aguas, envenenamiento de los suelos … Y todos esos “regalos” además, vinieron embalados en odio, codicia, envidia, guerras y perversiones. Los castigos que tuvo que aplicarle, a lo largo de los siglos, a ese hijo degenerado, bajo la forma de catástrofes y epidemias, no surtieron ningún efecto. No fueron suficientes para hacerlo reflexionar y retornar al buen camino. Por fin, quedó claro que ella misma terminaría asesinada, si lo permitiera, por ese monstruo que ya se establecía como dueño y señor, sintiéndose de esta forma, desobligado a cumplir sus leyes.

No es el ser humano quien domina a la naturaleza, y sí lo contrario. Finalmente, llegó el tiempo de que aprenda esa lección, de saber que es apenas una criatura más dentro de la naturaleza, algo que cualquier otra especie de la creación ya sabe desde hace milenios, viviendo de acuerdo a eso, como corresponde.

La llaga roja cíclica en el océano, es un testigo de las heridas continuas que la humanidad le viene imponiendo a la naturaleza, desde hace mucho tiempo. Pero, también es una señal, para quien quiera verla, que la última fase de limpieza de la Tierra se halla en plena realización.

En un futuro próximo todas las especies – incluido ahí también, un cierto número de seres humanos - integrarán una nueva naturaleza, curada y revitalizada. El miembro gangrenado que, todavía hoy amenaza destruir lo que resta de sano en el cuerpo de la creación, constituido por la mayoría de los seres humanos terrenos, habrá sido definitivamente extirpado.

Roberto C. P. Junior