La Verdad: Qué es y Dónde está - Parte 1

Cualquiera que ose tratar este asunto abiertamente, disponiendo o no de algún conocimiento de causa, será inmediatamente desacreditado de antemano, aún antes de que sus ideas sean analizadas y evaluadas con imparcialidad. Será rotulado previamente y preventivamente, sin piedad, de engañador, de usurpador, de mistificador, y también de sectario, de timador. Adjetivos que no riman con mentira, pero que son sus subproductos.

Una reacción, dígase de paso, bastante natural y previsible, considerando que la mentira fue desde hace mucho entronizada como la tirana planetaria de las naciones, el faro que ilumina el proceder de los pueblos y de los individuos – y que con eso determina también sus destinos – el poderoso chamán mundial, que ha hecho de la casi totalidad de la humanidad una tribu globalizada de zombis, sin discernimiento ni voluntad propia.

Todo, pero, realmente todo, en la vida humana actual, está impregnado de mentira. Regímenes políticos y profesiones, religiones y ciencias, arte y literatura, creencias esotéricas y filosofías multifacéticas, nada puede permanecer libre de ella. Y muchas de ellas, ni siquiera lo han deseado. Vivimos bajo el imperio de la mentira. Es como si toda la Tierra hubiera sido envuelta por un único y denso lodazal repugnante, que sumergió, sin resistencia, a toda la raza humana, junto con todas sus obras, de las que tanto orgullo tiene, impidiendo que nadie llegue a la superficie por más que se esfuerce, y mucho menos, que vuelva a ver con claridad y a respirar aire puro.

Se mienten, diariamente, padres e hijos, profesores y alumnos, patrones y empleados, gobernantes y gobernados. La mentira es el pilar de la vida moderna, la base de las relaciones familiares, profesionales y públicas. La primer lección que un niño aprende, aún en su cuna, es cómo mentir y engañar, con los seguidos ejemplos dados por sus padres y parientes. En los Estados Unidos, nada menos que 90% de los ejecutivos mienten como rutina, en sus relaciones de trabajo, conforme lo indicó una reciente investigación; los otros 10%, probablemente, mintieron cuando contestaron a la encuesta… El llamado leguaje diplomático, ese idioma hipócrita con que los jefes de Estado dicen una cosa queriendo decir otra, es la propia mentira institucionalizada.

¿Qué se puede esperar entonces, como respuesta, al querer hablar sobre la verdad, a quien tiene a la mentira como sostén y consejera? ¿Al intentarse discurrir sobre las propiedades del agua pura, cristalina, en medio al lodazal? ¿ Al quererse decantar los valores perennes de la sinceridad y la franqueza a los discípulos de Pinocho? Erguimos en nuestro íntimo, un altar para la mentira, y por eso, miramos siempre con desconfianza cualquier vislumbre de verdad.

Sin embargo, vivimos una época en que ese tristísimo estado de cosas está próximo a cambiar. No por obra y gracia del ser humano, que ya ha dado más que pruebas de ser absolutamente incapaz de administrar su propia casa, usando la dádiva de su libre arbitrio únicamente para transformar este planeta, otrora paradisíaco, en un chiquero en escombros. La intervención se da, presentemente, por intermedio de una Voluntad superior, contra la cual la criatura humana es completamente impotente. Una Voluntad que no mendiga una conversión al bien, sino que la impone.

Para los seres humanos, que siempre insistieron en hacer el papel de arena en el mecanismo del engranaje universal, sólo existen dos alternativas, en la última bifurcación de su existencia: integrarse finalmente - y rápido- a las leyes universales que rigen a la Creación, lo que equivale a obedecer, voluntariamente, a esa Voluntad superior, o… perecer.

¿No barremos nuestra casa, para echar toda la mugre acumulada? ¿No insistimos en mantenerla limpia? ¿No retiramos las crostas más adherentes, más escondidas? En nuestra época, la gran casa Tierra, está siendo limpiada, hasta en sus últimos recónditos. Es por esa razón que surge ahora tanta inmundicia, proveniente de los locales más insospechables. El aire todavía quedará sucio y lleno de polvo durante algún tiempo, con la limpieza vigorosa que ahora se procesa, antes de empezar a aclararse poco a poco. Terminada la limpieza, también el lodazal de mentiras habrá sido removido completamente y la verdad ocupará nuevamente el lugar que le cabe, volviendo a imperar como única y legítima soberana mundial.

Para el que sea capaz de represar los adjetivos mencionados al inicio de este ensayo hasta completar su lectura, quiero tratar aquí el tema de la verdad, sin la mínima pretensión ni intención de abarcarlo todo, y mucho menos, agotarlo, siquiera parcialmente. El propósito es tan solo de indicar un rumbo a quien trae consigo, como brújula propia, el anhelo sincero de encontrar, por sí mismo, respuestas sin lacunas, a las cuestiones primordiales de la vida humana.

¿Qué es, pues, la verdad? ¿Existiría una verdad única, intangible y absoluta? ¿ Es posible que alguna de las miles de religiones y sectas que funcionan hoy día en el mundo sean detenedoras del conocimiento de la verdad integral, del saber sin lacunas sobre toda la existencia y acciones universales?

Generaciones de estudiosos, filósofos, místicos y religiosos se dedicaron al tema de la verdad a lo largo de milenios. El resultado de ese esfuerzo (mucho más antagónico que armónico), fue una constelación de corrientes de pensamiento lanzadas en todas direcciones. No surgió de ahí una visión clara, ni siquiera un vislumbre de lo que efectivamente existe, y mucho menos aún una certeza. Veamos las principales:

Hay una corriente de pensamiento, bien conocida y que ostenta considerable número de adeptos, que sostiene que no hay ninguna verdad además de lo que se puede percibir con los órganos sensoriales del cuerpo e instrumentos técnicos, siendo, por eso, una completa pérdida de tiempo esforzarse en su búsqueda. Otra concepción, admite que existe una verdad que lo abarca todo, pero considera que el ser humano no está capacitado para descubrirla y asimilarla. Una tercera corriente aboga que, cada cual tiene su propia verdad, que sería así, múltiple, no existiendo, por lo tanto, una verdad única. La cuarta suposición cree en la verdad revelada por alguna religión, considerándola como la única legítima, de modo que las verdades sostenidas por otras creencias son consideradas falsas o distorsionadas. Una quinta suposición es la defendida por innúmeros movimientos esotéricos, que afirma que una persona puede alcanzar niveles cada vez más elevados de conciencia (o algo semejante) y así aproximarse más y más a una verdad, desde que sea iniciada en las prácticas secretas del respectivo gremio. También aquí, cada una de esas entidades posee su propia verdad.

Hay todavía, otra línea, muy poco conocida y considerada, que afirma que existe sí, una verdad única y absoluta, y que el ser humano puede obtenerla hasta cierto grado, desde que llene determinados requisitos propios, requisitos estos que nada tienen que ver con exterioridades, como nivel cultural o condición social, pero que dicen respecto, exclusivamente, a su esencia, o sea, al propio espíritu humano. Como todo en el mundo de hoy está obscurecido por el velo de la mentira, es de esperarse, lógicamente, que la concepción más pura, la que más se aproxime de la realidad, sea justamente la menos considerada. Y así es. La más verdadera de las concepciones sobre la verdad es exactamente esta última, y vamos a ver porqué, en la segunda parte de este ensayo.

Muchísimos investigadores creen que, para encontrar la verdad es preciso renunciar al mundo y vivir en el ascetismo, mientras que otros tantos están convencidos de que es imprescindible estudiar mucho, tal vez hasta obtener un phD en Teología. La verdad, sin embargo, es lo simple, la propia lógica natural. Todo lo demás es producto exclusivo del cerebro humano, que, como visto, es, en nuestra época, impulsado, nutrido y conducido por la mentira.

Así, de forma absolutamente lógica y natural, todo lo que es exclusivamente engendrado por el raciocinio humano tiene, necesariamente, que estar muy alejado de la verdad, cuando se trata de cosas que están por sobre nuestros conceptos terrenos de espacio y tiempo. En esas circunstancias, nada puede estar más lejos de la verdad que conceptos originarios de la reflexión intelectiva, que jamás pueden elevarse del estrecho ámbito de la materia, aún cuando adornados con las más fantásticas – y pueriles – configuraciones de la fantasía. La acertada comprensión de este hecho, constituye el primer paso del investigador en su camino por la búsqueda de la verdad.

Roberto C. P. Junior