Las Bestias del Apocalipsis

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Están todos ahí nuevamente, y trabajando como nunca. Gurús, enviados, avatares, mediadores… Todos anunciando el fin del mundo, con día y hasta con hora marcada. El ya repleto club de los falsos profetas de nuestra época, continua a admitir nuevos y competentes profesionales a cada día, en todo el mundo. Guías de los más variados matices escatológicos surgen de repente, por todas partes, como hongos en una mañana húmeda. Hongos grandes, coloridos, vistosos… y todos venenosos. Reúnen un sinnúmero de incautos seguidores y van, prontamente, a cumplir, concientemente o no, pero siempre fielmente, sus misiones: desviar lo más posible, la atención de las buenas personas, del real significado de la incisiva transformación por la que está pasando nuestro planeta y toda la humanidad.

Desviar, sí, y a cualquier precio, pues, ¿quién en su sano juicio, y con un poco de discernimiento, no rechazaría las “revelaciones” ofrecidas por estas perfectas bestias del apocalipsis? Realmente, es preciso alcanzar un grado supremo de estupidez para creer, por ejemplo, que sería posible huir de las responsabilidades espirituales suicidándose, para poder ascender hasta la estrella Sirius o escapar fresco y rozagante, a bordo de un plato volador escondido en la cola de un cometa. O, entonces, que se podría sobrevivir al fin del mundo bebiendo del agua del baño del sr. Asahara, venerable líder de la secta japonesa “Verdad Suprema” (aquella del atentado en el metro de Tókio), que decía ser la reencarnación de Buda y ostentaba el humilde título de “Salvador del Siglo”.

Es cuestionable también, la integridad encefálica de los seguidores del sr. David Koresh, que afirmaba ser el propio Creador y llevó a setenta de los suyos a morir gloriosamente quemados, en una confrontación con el gobierno americano; o de los discípulos de Jim Jones (914 suicidios); o aún de los miembros de la secta americana “Cristianos Preocupados”, que hace pocos días, resolvieron por cuenta propia dar inicio al apocalipsis en Jerusalén. ¿Y no hubo un numeroso grupo que recientemente, se aglomeró en un suburbio de Dallas para esperar la llegada del Creador? ¿No parece increíble? No tanto, considerando que Jesús Cristo en persona ya está reencarnado en varios lugares, según testimonios contundentes (y excluyentes) de ellos mismos.

La lista es infinita. Pero, además de proveer material de primera calidad para programas humorísticos, y eventualmente eliminar también algunos de sus seguidores, los dirigentes de esos movimientos-de-fin-del-mundo desencadenan una tragedia mucho mayor, mucho más grave para el género humano, que hace creer en los golpes de sus gongs místicos o en las trompetas que anuncian sus ridículas performances teatrales.

Esas figuras deplorables provocan un comprensible repudio en gente buena y sensata, delante de cualquier noticia fuera de lo común en relación a la vida humana, o de algo extraordinario que esté a punto de ocurrir en la Tierra. Escaldadas, con ambos pies atrás, ellas rechazan en seguida, y de antemano, cualquier aseveración en ese sentido. Las rechazan sin examinarlas. Y así ponen todo en el mismo saco, emitiendo un veredicto condenatorio previo, generalizado, sobre cualquier información con que se deparan a respecto del apocalipsis y del Juicio Final.

Es ésta la mayor tragedia, el mal mayor. Y es este también el objetivo verdadero, el blanco máximo de las tinieblas, que son en realidad, quienes sostienen e impulsan a todos esos risibles – pero, peligrosos – movimientos armagedónicos. Pues con eso consiguen quitar a las buenas personas, la oportunidad de meditar con seriedad e imparcialidad sobre los acontecimientos en curso en este mundo. Estas personas, dejan de hacer eso con el temor (a su ver, bien fundado) de dispender su preciosa atención y escaso tiempo en otras idioteces de esa laya. Y de esta manera, ellas mismas descartan cualquier posibilidad de analizar, sobriamente, los acontecimientos mundiales, de meditar sobre eso con imparcialidad y de llegar así, al reconocimiento de lo que está ocurriendo efectivamente con la humanidad y con ellas mismas. Pierden, de ese modo, la posibilidad de encuadrarse aun a tiempo, en las Leyes de la Creación; pierden, en fin, el plazo de que disponen para tanto.

No perciben, en realidad, la profecía a la que ellas mismas aluden frecuentemente, sobre el advenimiento de falsos profetas, de la cual se puede inferir, también nítidamente, que lo cierto, lo verdadero, estará en la Tierra justamente en esta época de falsos profetas. No se toman el trabajo de analizar con rigor, todo lo que se les presenta, diferenciando, con el máximo rigor, con el más aguzado análisis, lo equivocado de lo cierto, la piedra del pan, el plomo del oro, el joyo del trigo. No perciben, de ningún modo, que el concepto de “falsos profetas” es mucho más amplio de lo que suponen, incorporando no apenas a los mencionados locos de piedra, sino, a todos y cualquier dirigente, de toda y cualquier religión, filosofía o secta que no guía a sus adeptos hacia el reconocimiento de la incondicional responsabilidad personal en cada pensamiento generado, en cada palabra proferida, en cada acción realizada. Pues el ser humano dispone del libre arbitrio para actuar aquí en la Tierra, puede vivir de la manera que desee, pero permanece siempre, sin embargo, integralmente responsable por todo lo que de sí mismo emana, cuyas consecuencias volverán, después de más o menos tiempo, inevitablemente para él, en forma de cosas buenas o malas, según la especie de lo que fue generado.

Y el mundo está, de hecho, pasando por un gigantesco proceso de transformación. Un proceso que viene desde hace décadas, y que, a pesar de estar en su última fase, no tiene fecha conocida para su término. Tal proceso de limpieza trae de vuelta a la humanidad y a cada individuo, al cierre del ciclo, todo lo que fue formado por la voluntad y por la acción y que todavía no encontró remisión a través de la ley de causa y efecto, o ley del retorno cármico. Como consecuencia, sucede el acumulo creciente, tanto en cantidad como en intensidad, de sucesos terribles en todos los campos de la vida humana, pues no es secreto para nadie que la voluntad de la casi totalidad de la humanidad siempre se inclinó hacia el mal. La propia Historia registra eso con bastante claridad. Todos nosotros recogemos lo que plantamos. Lo recogemos todos, lo deseemos o no, en el gran ajuste final de cuentas.

Las catástrofes de la naturaleza no están aumentando, cumpliendo las órdenes de los profetas de esquina, pero sí como uno de los múltiples naturales e inevitables efectos de la aceleración de este proceso de depuración global, el que, por fin, dejará a la Tierra completamente limpia de toda suciedad, incluyéndolos a todos ellos, naturalmente. Así, no hay nada de esotérico en esta afirmación de crecimiento continuado de catástrofes, que puede ser fácilmente comprobada a través de datos estadísticos. De acuerdo con una empresa de seguros alemana – una de las más grandes del mundo, por casualidad – están aumentando los ciclones tropicales, las ondas de calor, los incendios en bosques y las tempestades de nieve; en los últimos diez años, según la empresa, sucedieron tres veces más desastres naturales que los registrados en la década de 60, los que provocaron nueve veces más daño que en aquella época.

Todo lo que nos alcanza hoy es efecto retroactivo. Consecuencia de nuestra nefasta actuación en el pasado y también en el presente. Así se trate de destrucciones provocadas por catástrofes de la naturaleza o alteraciones climáticas, descalabro económico o degeneración moral, enfermedades o crisis de miedo, violencia o depresión, todo es efecto de la aceleración de esta retroalimentación colectiva, que trae de nuevo el mal sembrado otrora, siempre en la exacta medida de la contribución de cada uno, tanto en la forma como en el contenido.

Actualmente, todo el mal cultivado por la humanidad y en ella impregnado durante milenios, está siendo forzado a manifestarse con la máxima intensidad, hasta autoextinguirse, autoconsumirse, llevando consigo todo y a todos los que a él estén adheridos y que no fueron capaces (o no quisieron) desprendérsele a tiempo. De ahí proviene el crecimiento exponencial de las tragedias humanas, nítidamente reconocibles en todo lo que ha sido tocado por el hombre.

Las personas que toman conocimiento de esas cosas, o que están viéndose obligadas a constatarlas en el prójimo o todavía, a vivenciarlas en sí mismas, son instadas de esa forma a reflexionar seriamente sobre lo que está sucediendo de extraordinario en el mundo y en ellas mismas. Tienen, de esta forma, el anhelo de llegar a una conclusión lógica: que tanto el sufrimiento mundial como el individual sólo pueden ser, efectos de la acción equivocada de los mismos seres humanos. A partir de ahí se les tornará clara también la necesidad impostergable de un cambio interior radical, de un reencuadre integral a las Leyes inflexibles que rigen esta Creación – las que solo admiten un desarrollo en el sentido del bien – modificando consecuentemente también su pensamiento, su palabra y su acción, contingencia ineludible para subsistir en el Juicio.

Todo ha de tornarse nuevo!” De esta sentencia se infiere que, únicamente seres humanos renovados estarán aptos a vivir en una época renovada. Y es contra ese, tan necesario cambio de sintonización interior de las buenas personas, que actúan, en el fondo, las bestias apocalípticas, con el máximo empeño de que son capaces. Ojalá, la indolencia espiritual no triunfe nuevamente, y esas personas buenas puedan llegar al despertar, aún a tiempo, y con eso al reconocimiento del camino correcto. Es lo que buenamente se espera de ellas.

Roberto C. P. Junior