El Enigma de la Homosexualidad

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Asunto delicado éste. Sin duda uno de los más incomprensibles e incomprendidos temas que reclaman una explicación coherente.

Vamos a dejar de lado las reacciones extremas, que no por casualidad son las que más se alejaron de una conceptualización acertada, justamente por equilibrada. Pues es desalentador observar esa especie de dicotomía maniqueísta, en la que en algunos países la práctica homosexual es castigada con la muerte, y no sólo del cuerpo sino también del alma, obligada a arder en el infierno según los doctos inquisidores actuales, mientras que en otros, el extremo opuesto, las parejas homosexuales son contemplados con bendiciones nupciales estatales, incentivados a “asumir su condición” y a disfrutar de todos los derechos legales. Esas posiciones tan dispares entre sí apenas comprueban que la incomprensión en ese campo es total.

Vamos, al contrario, a entrar en la esencia del problema, a descubrir las verdaderas causas que llevan a una persona a sentir atracción por otra. Para tanto es preciso saber, antes de nada, que esta no es la primera vez que pisamos la Tierra. Cada uno de nosotros ya estuvo varias veces aquí, a lo largo de múltiples vidas terrenas, vivenciando alegrías y tristezas, victorias y derrotas, aprendiendo con ambas, con vistas a un continuado perfeccionamiento espiritual.

Quien no puede aceptar la verdad cristalina de la reencarnación, ya aleja de antemano cualquier posibilidad de un reconocimiento de la verdad. Para ésta criatura, la homosexualidad continuará siendo un enigma indescifrable, así como todas las aparentes injusticias terrenas. Resignado, pasa por la vida como un auto-miope espiritual, incapaz de discernir las reales conexiones que moldean el destino humano.

Y, no obstante, fue él mismo quien se excluyó de la comprensión de los verdaderos fenómenos, al dejarse obliterar por dogmas rígidos, a semejanza de un esclavo que permite, o incluso insiste, que le pongan anteojeras. Anteojeras de plomo, forjadas en el yunque de la indolencia espiritual y enmohecidas durante siglos en las catacumbas de la incomprensión religiosa… Así es que, doblegado por el peso de sus anteojeras dogmáticas, el doctrinado esclavo hodierno, se muestra pronto a acoger las más extravagantes explicaciones sobre la homosexualidad, tales como: “enfermedad mental”, “prueba divina”, “anomalía genética”, “posesión diabólica” y otras tonterías de nivel equivalente. Es lo que sus anteojeras le permiten ver…

El ser humano es un ente espiritual, que se encarna varias veces en la Tierra para su indispensable evolución. Durante ese proceso de encarnaciones sucesivas es genéricamente llamado alma . El alma también puede ser vista, más apropiadamente, como un cuerpo más fino del espíritu, un involucro especial del que se sirve, en el así llamado “más allá”. El alma que se reencarna es, por lo tanto, siempre la misma; lo que cambia en sus múltiples vidas terrenas es apenas su manto más exterior, la “ropa” que viste en cada encarnación, a la que denominamos cuerpo físico.

Como el alma es siempre la misma, lleva a cada encarnación las marcas de las vivencias anteriores, las que se harán sentir nítidamente, en la actual vida terrena a partir de una determinada época. Esa etapa sucede en los años de la adolescencia, cuando el cuerpo físico se termina de formar, permitiendo la plena actuación del ser humano espiritual encarnado en él. En esa fase, todo lo que pende de aquella alma, todo lo que está colgado de ella, por decirlo así, decurrente de vivencias logradas en otras vidas terrenas, se manifestará abiertamente de alguna forma, con toda intensidad, así se trate de características buenas o malas.

Vamos a suponer entonces que en una vida terrena anterior, una mujer haya empezado a desarrollar una predilección cualquiera, por asuntos y actividades más groseras, más positivas, propias del mundo masculino. Si esa predilección se intensificó mucho, terminó por transformarse entonces en una “tendencia”, o sea en una característica que efectivamente pasó a hacer parte de esa alma, quedando indeleblemente marcada por esa inclinación.

El alma femenina, de esta forma, fuertemente marcada por una voluntad espiritual equivocada - podríamos decir también “torcida” por esa voluntad – encarnará en un cuerpo ajustado a esas nuevas particularidades masculinas conseguidas, particularidades esas, bien entendido, no originales y, por consiguiente, no naturales para ella. Así, en la próxima vida terrena, esa alma originalmente femenina, se encarnará, debido a su voluntaria torsión, en un cuerpo masculino.

El ser humano espiritual, el “yo” de aquella personalidad, continúa siendo femenino, sin embargo, en esa actual vida terrena se ve encerrado dentro de un cuerpo físico masculino. Interiormente todavía siente atracción por el otro sexo, o sea, el masculino, ya que espiritualmente continúa a ser una mujer. Si, inconsecuentemente, permite la liberación de ese sentimiento, esto se evidenciará exteriormente como un comportamiento bien extraño (para decir lo mínimo), pues lo que se consigue observar de fuera es apenas un hombre con ademanes femeninos, buscando la compañía de otro hombre.

Muchas veces esa situación acaba siendo remediada involuntariamente, porque la mujer espiritual encarnada en un cuerpo masculino frecuentemente se siente atraída por otra alma torcida como ella, aunque en sentido opuesto, o sea un hombre espiritual que, por las mismas razones expuestas, se encuentra actualmente encarnado en un cuerpo femenino. Con eso, lo espiritual y lo material aparentemente se concilian, porque ambas almas que buscan unirse, padecen del mismo tipo de tendencia.

No es difícil percibir que esa situación de almas torcidas no es natural ni deseable. Pero, tampoco es tan grave que no pueda ser remediado, desde que la respectiva persona encare esa vida actual como una importante etapa de aprendizaje, y no como su existencia integral como espíritu humano que, como ha sido dicho, abarca varias vidas, tanto aquí, como en el más allá. Ella puede perfectamente vencer su torsión aquí y evitar la repetición de esa situación en el futuro.

Se trata de una etapa que tiene mucho a enseñarle, un etapa sin duda difícil, sufrida, pues prácticamente las únicas cosas con las que se depara son incomprensión, desprecio y burla. La actual vida terrena es así, una etapa muy dura, pero también, una escuela insustituible, que la enseña a encarar de frente su torsión anímica y a vencerla. Presuponiendo que no alimente rebeldía dentro suyo, pues de esa manera sólo conseguiría enredarse mucho más.

El individuo portador de un alma torcida, debe compenetrarse de que se vive en un cuerpo no ajustado a su esencia más profunda, y esto se debe exclusivamente a su propia culpa. Conciente de eso, debe mantener siempre una serena discreción, evitando principalmente establecer ligaciones con otras personas que apenas podrían fortalecer su tendencia. Si actúa con moderación, sin entregarse a actitudes extremadas del tipo de “afirmar su homosexualidad” y otras conductas semejantes, que nada más son que intentos de legitimar algo ilegítimo, acabará entonces, por desvencijarse del error adherido a su alma. Calmamente vencerá su desvío anímico, y nunca más se verá otra vez, en la situación de tener que vivir en un cuerpo que no corresponda a su “yo” espiritual. Naturalmente, eso vale tanto para un espíritu humano femenino como para uno masculino.

Lo aquí expuesto dice respecto a la homosexualidad intrínseca, que se manifiesta espontáneamente en una determinada época de la vida. Son aquellos casos en que, al llegar a la adolescencia, la respectiva persona se siente incomprensiblemente atraída por el mismo sexo.

Es diferente de aquellas personas que todavía no son almas torcidas, pero que en esta vida, han empezado a manifestar alguna predilección por actividades y asuntos tenidos como del sexo opuesto. En este caso entonces, no hay disculpa. Es preciso literalmente, cortar el mal por la raíz, no permitiendo que esa predilección continúe y se transforme en tendencia, evitando así el avanzo del proceso de torsión anímica. Actuando así, esas primeras inclinaciones homosexuales, siempre débiles, no serán alimentadas y acabarán por secarse y desprenderse del alma, extinguiéndose por sí mismas. Se puede fácilmente, imaginar cuánto sufrimiento futuro esa persona evitará con esa actitud firme, tanto para sí misma como para su ambiente.

Roberto C. P. Junior